lunes, 17 de septiembre de 2007

Queer eye for the straight art


Una tarde parisina de otoño, bajo la estática presencia de la Torre Eiffel, una pareja cruzaba sus miradas por primera vez. Desde el primer momento supieron que existía entre ellos una química única, una atracción irresistible a la cual ambos terminaron cediendo. Esa es la historia de amor de Pierre y Gilles, dos franceses que serían como cualquier otra pareja gay si no fueran la pareja de fotógrafos artísticos más famosa del mundo. Este dúo dinámico empezó a darse a conocer hace más de treinta años; en 1976 iniciaron su trabajo haciendo portadas para Façade y Rock &Folk, en donde tuvieron el privilegio de fotografiar a Andy Warhol e Yves Saint Laurent, entre otros famosos. Luego pasaron a la fotografía de portadas de discos, anuncios publicitarios y en los años ochenta dan su gran salto a las galerías. A partir de esta década, Pierre y Gilles deciden crear un estilo artístico en sus fotografías; digo crear, ya que Pierre tomaba la foto y Gilles se dedicaba a pintarla a mano, retocarla y elaborar marcos; en suma, a convertir la fotografía en pintura.

En las foto-pinturas de Pierre y Gilles los escenarios son construidos; todo está bajo un estricto control, lo que implica que hasta la más nimia mancha en una fotografía tiene una razón de ser. La atmósfera recreada en estas fotografías evoca un mundo en el que no hay fealdad, no hay horror; el mundo de Pierre y Gilles es bello estéticamente y también abiertamente gay. La sexualidad masculina y femenina son temas recurrentes en las más de 800 fotografías del portafolio de esta pareja; hombres desnudos besándose, marineros homosexuales coqueteando, transexuales, divas decadentes, sensuales mujeres y lo más escandaloso para los conservadores: santos de la religión católica personificados por modelos gay en poses y actitudes sumamente eróticas. De esta serie, dos de los más controversiales son el Jesus d’amour y el Saint Sèbastien, imágenes que subvierten lo religioso en una estética pop, enmarcada en el ámbito homosexual.

Pierre y Gilles son polémicos, transgresores, pero ellos no lo consideran así. En lo kitsch y hasta cursi de sus fotografías hay un clamor por la tolerancia en una sociedad hipócrita y de doble moral. No solamente por la aceptación de la homosexualidad, sino también por la tolerancia a la diferencia religiosa; claro ejemplo de esto es la fotografía de dos hombres besándose, uno de ellos luciendo un turbante musulmán en la cabeza. Una bofetada para los musulmanes y para los conservadores del mundo occidental; para otros, una celebración de la homosexualidad, de la diversidad cultural y religiosa. Por supuesto, el “tierrero” que se armó fue de grandes proporciones, pero ni a Pierre ni a Gilles pareció importarles eso. Es más, creo que lo disfrutan, pues la polémica es lo que les ha dado fama y lo que ha llevado a famosos como Michael Jackson (en su época de esplendor, claro) a pedirles que los fotografíen. Sin embargo, el excéntrico cantante no contaba con el rechazo de los artistas, quienes se excusaron en la complejidad del trabajo que requería retocar y pintar a mano las más de 70 fotos que Jackson deseaba para alimentar su ego de Peter Pan. Pierre y Gilles escogen a quienes fotografiar; entre su lista V.I.P figuran personajes como Marilyn Manson, Madonna, Kylie Minogue, Nina Häagen, Naomi Campell y el diseñador de modas Jean Paul Gaultier.

A pesar de que la estética de Pierre y Gilles a veces raya en lo chillón y en lo extremadamente cursi, es innegable el valor de su obra, más aún teniendo en cuenta que todo es absolutamente analógico y artesanal. La pareja se resiste a la tentación de la fotografía digital y de la “magia” de Photoshop, en momentos en que esta es la tendencia que impera. Habrá que esperar a que pasen algunos años para ver si estos artistas sobreviven en un entorno altamente digitalizado y además, si su estética se agota porque como dicen por ahí, hasta lo bueno cansa.

Ir a sitio oficial Pierre et Gilles

Galería

sábado, 15 de septiembre de 2007

¿Y…esto es arte o basura?


Una mañana cualquiera, Rosa María, la empleada de servicio de los Ramírez, limpiaba la habitación de la “niña Juanita”, la consentida y rebelde de la casa quien, en un arrebato de adolescente, decidió que estudiaría artes plásticas. Desde que ingresó a primer semestre, la casa empezó a llenarse de objetos raros, de piezas que parecían a medio hacer y de pinturas llenas de colores o por el contrario, con una mancha negra en el centro. De esto no entendía Rosa María, ni tampoco le interesaba hacerlo; sin embargo, esa mañana, encontró en la habitación de la niña Juanita un montón de basura que formaba una bola multicolor. Pedazos de botellas de plástico, tapas de gaseosa, pedazos de periódico, un LP de Camilo Sesto cortado como si fuera una pizza y hasta radiografías del papá de Juanita. “Qué mugrera”, pensó, mientras recogía con paciencia el basural que la jovencita había dejado tirado en su habitación.


Cuando estaba a punto de culminar su extenuante tarea, un grito histérico se escuchó en toda la casa; “¡Rosa Maríaaaaaaaaaaaaa, qué diablos está haciendoooo!”. La escoba y el recogedor cayeron, golpeando el suelo de madera al unísono; la empleada volteó su cabeza lentamente, como si temiera que la furia de Juanita se descargara sobre su regordeta humanidad. Sus ojos negros se encontraron con los verdes de la niña Juanita, quien roja de la furia, le replicó: “¿Es que usted es bruta, Rosa María? ¡Esto es arte, cómo se le va a ocurrir botarlo!”. La asustada empleada masculló una disculpa y con la mirada baja huyó al territorio seguro de la cocina, en donde decidió ponerse a pelar unas papas mientras pasaba el temporal.


Así transcurrieron los días y afortunadamente la niña Juanita olvidó el incidente. Rosa María decidió ser más cuidadosa y limpiar con más cuidado; un día en el que Juanita descansaba plácidamente en su cama, Rosa María limpiaba y recogía todo lo que se pareciera al mugre en una bolsa negra. De repente, se tropezó con un muñequito de infancia de Juanita. La cabeza del que algún día fue un tierno bebé rubio ojiazul había sido volteada y algún malvado le había dibujado una estrella negra alrededor del ojo izquierdo; le faltaba un brazo y su barriguita había sido cortada en forma de círculo; adentro se observaba un péndulo colgado de una cadena dorada. El muñequito estaba dentro de una urna de cristal con extrañas inscripciones. Entonces, para no correr riesgos, Rosa María despertó a Juanita y le preguntó: “Niña Juanita… ¿esto es arte o es basura?


Tal vez Rosa María, en su ingenuidad, fue más inteligente que muchos. Se atrevió a decir lo que muchas personas (dentro de las cuales me incluyo) pensamos cuando asistimos a galerías o exposiciones de arte. Dirán algunos entendidos, los galeristas y los críticos de arte que el vulgo, el “gusto popular masificado” no entiende lo que es el arte. Sin embargo, yo me permitiría recordarles que desde la aparición de un orinal que a Marcel Duchamp se le ocurrió llamarlo “La fuente”, la tradición estética se ha escindido. Ni qué decir de las famosas latas de sopa Campbell’s , que hicieron famoso a Andy Warhol.


Entonces, el arte ya no pasa por lo sublime, por el “aura” de las obras de la que hablaba Walter Benjamin; el arte contemporáneo es, ante todo, expresión, experimentación y subjetividad. No todo el mundo ve en una pintura, una escultura, una fotografía, un performance o una instalación lo que el artista o el galerista quieren que se vea. Creo en la libertad de interpretación del arte y en la multiplicidad de significados que se derivan de una obra.


Y además, como el arte pasa por el gusto, es evidente que ciertas obras no son del agrado de todo el mundo; más aún, el hecho de que a alguien no le gusten no nos da el derecho de etiquetarlo como “inculto”. Eso me molesta sobremanera y alzo mi voz de protesta por el derecho a la libertad de interpretación en el arte. Por supuesto, hay que respetar algunas convenciones y hacer el esfuerzo por comprender la obra del artista, pero que eso no nos impida preguntarnos: ¿Esto es arte o es basura?

 

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